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Historias cortas (y no tan cortas)

Corazón sombrío – Primera Parte –

Aquella tarde llegó el ensombrecido hombre a su triste casa, y digo triste por qué en realidad todo era triste en aquella casa, desde los apagados colores de las paredes y cortinas, hasta los magros alimentos y frugales bebidas. Todo en aquel lugar era lúgubre, sombrío… ¿Qué clase de persona podría vivir en un lugar como ese? No existían decoraciones. No había fotografías o cuadros.

No era un lugar sucio, no, parecía más bien que intencionalmente las personas habían arrebatado todo dejo de personalidad, ya no digamos de alegría. Una página en blanco, pero gris, opaca, sin vida.

El hombre entro, y se sentó en un sillón, y como todas las noches, se puso a contemplar su propia y débil sombra, proyectada por una luz tenue, proveniente de una de las pocas lámparas que habían en la casa.

Cansada, ¿Verdad amiga? – Dijo el hombre a su propia sombra.
Como siempre – Respondió esta.
Falta poco. – Habló el extraño sujeto.
Como siempre – Volvió a responder la sombra.
Y ambos se miraron, el hombre a su sombra y la sombra a su hombre. Y así permanecieron lo que le parecieron horas al hombre, aunque la cantidad exacta de tiempo no la podemos conocer.
Toc!, Toc!, Toc! – Se escucharon unos fuertes toquidos en la puerta.
Es hora – Dijo el hombre a su sombra.
Ciertamente – Replico esta, no sin un dejo de desgano.
El hombre se levanto y con paso cansado se dirigió a la puerta. La abrió de golpe y volteo la mirada. Ya sabía quién tocaba y por qué.
Que falta de modales, Fabricio. – Pronuncio una voz femenina, aunque áspera.
Siéntate, estás en tu casa. – Replico el hombre, no sin un dejo de desdén.
Gracias. – Dijo la señora, quien se sentó en el sillón que hace pocos momentos ocupaba Fabricio.
Pues bien, – Comenzó la señora – Creo que ya sabemos por qué estamos aquí.
Ciertamente – Dijo una voz, que se parecía a la de Fabricio, pero parecía haber salido de la pared.
Comencemos entonces – Dijo la mujer. Y por primera vez, Fabricio la miró. Era alta, delgada, blanca como la nieve y su cabello plateado.

Vestía de negro, y en la oscura casa parecía un fantasma, efecto que era amplificado por su voz, áspera, casi gutural, sin embargo, con un timbre un tanto apaciguador. Fabricio solo había hablado con ella una vez, y eso le basto para darse una muy clara idea de con quién trataba. Su nombre nadie lo sabe, solamente le llamaban “La Dama”, y eso era todo lo que Fabricio sabia acerca de su apelativo. De hecho, ir más allá de aquello le provocaba una tremenda aprehensión.

Sus grandes ojos negros se dirigieron a los de Fabricio, de color miel claro, alguna vez fueron unos ojos hermosos, se podía apreciar, aunque ahora estaban ensombrecidos, como una pintura maestra dejada al olvido, llena de polvo.

Nombre y apellido – Dijo “La Dama” con su gutural voz.
“Elizabeth Reinaldina Abandonati” – Le respondió Fabricio, con una voz quebrada… y esta vez, la voz no parecía haber provenido de la pared.
Elizabeth Reinaldina Abandonati – Repitió “La Dama” con una voz firme.
Pues bien, comencemos de una vez – Prosiguió la mujer – Desde este mismo momento en adelante, enfocamos nuestros pensamientos en Elizabeth. ¿Tienes lo que te pedí?
Sí – Respondió Fabricio – Se encuentra en este pequeño cofre.
Y le mostró a “La Dama” un cobre color nácar, que desentonaba enteramente con la habitación, tenía ornamentación de oro puro, y era hermoso de sobre manera. Parecía haber sido hecho a mano por un artesano experto, uno de gran maestría.
“La Dama” lo miró con regocijo, con deleite, parecía admirarlo con fervor. Se tomo unos momentos para tocarlo, pasar sus dedos por sus bordes, sus adornos dorados, tactar su superficie tersa. Al fin dijo: – Un gran trabajo. Te felicito Fabricio.
Eso fue mucho tiempo atrás – Respondió Fabricio, con tristeza.
Ciertamente – Dijo la siniestra mujer – 37 años atrás, diría yo…
Eres versada en artesanías – Dijo una voz sombría, que de nuevo parecía provenir de las paredes.
Lo soy. Y estoy muy orgullosa de serlo – Replico “La Dama”, y su ojo izquierdo pareció dirigir una rápida mirada a la pared.
Adelante, pues, a lo que has venido. – Inquirió el hombre, y esta vez el eco de su voz retumbo las paredes.
Paciencia, Fabricio. Paciencia y calma. – Replico la elegante señora – Estoy en ese desde el mismo momento que toque tu puerta, y en eso estoy ahora – y ni por un instante dejaba de ver el precio cobre. Al fin lo abrió,
Oh!- Exclamo “La Dama”. – De verdad que eras un gran artesano!
Y entre los dedos de la dama se revolvía un collar hecho de piezas de marfil, perfectamente redondas y talladas, en cada una, una letra: E, L, I, Z, A, B, E, T, H, y al final, una en forma de corazón…
Curioso – Mencionó “La Dama” – Ella era tu corazón, y murió al rompérsele el suyo.
Y el rostro de Fabricio se ensombreció aún más, y aún mas se avejentó.
Por favor. Procedamos – Dijo fríamente.
Desde luego, claro. Y gracias por mejorar tus modales. ¿Es esto todo? – Habla tranquilamente la extraña mujer.
¿Acaso necesitas más? – Replico Fabricio, rápidamente, como si el solo hablarle le causara un gran sufrimiento.
– No. Con esto es suficiente. Conoces el precio que debes pagar por mis servicios, ¿verdad?
– Desgraciadamente sí.
– ¿Y estas dispuesto?
– Sí – dijo Fabricio, con la voz quebrada y una lágrima salió de sus ojos, que por un instante, parecieron tener mucha más vida-.
– ¿Lo estás?
– Con un demonio, te dije que sí. – replicó Fabricio, enérgicamente.
– Siendo así. Hablarás con Elizabeth una vez más. Una y solo una. Después de eso…
– Ya lo sé.
– Entonces, comencemos, y terminemos.

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… Continuará en una proxima entrada.

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