¿Desde donde miramos y hacia a que?
Miramos el ambiente de este mundo, lo contemplamos,
nos maravilla y nos aterra, nos deleitamos en el y en ocasiones,
debido a él atribulamos nuestra alma desconsoladamente.
Nos miramos a nosotros mismos, y al hacerlo nos descubrimos,
nos conocemos, y, al igual que el mirar hacia afuera,
nos maravillamos y deleitamos de la misma forma
en que nos atemorizamos y entristecemos,
por que el proceso de conocerse es explorar un mundo,
que es solo nuestro y que es tan vasto como el que existe en el exterior,
y aunque lo tenemos tan cerca que llegamos a el con solo cerrar los ojos,
a veces es más duro de recorrer que el mundo que nos rodea,
tanto que es profunda mi amargura al pensar,
que si comparáramos nuestro ser interno con un mar,
en ocasiones nos quedamos en la orilla, en una introspección superficial,
siendo que hay un océano inmensamente profundo que dejamos intacto.
Más cuando nuestra convicción es fuerte y nuestra voluntad inquebrantable,
nos volcamos en una aventura que desentierra tantos tesoros llamados talentos,
que pagan con creces el duro camino recorrido y desencadenan en mente y espíritu:
consuelo, realización, ánimo y perplejidad ante la obra realizada,
además de una sensación desbordante de orgullo.
El precio pagado comparado con tal recompensa es siempre una bagatela.