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Eran principios de los noventas, yo estudiaba sexto de primaria, me acababa de mudar y mi hermano y yo recibimos lo que entonces era la felicidad hecha materia: Un Super Nintendo, Mario World, dos controles de ¡seis botones! ¡Seis! Increíble.

Ese pequeño aparato nos brindó horas y horas de diversión y de conexión, con amigos y con mi papá. Eran otros tiempos, no había internet en cada casa, no todo el mundo tenía consola, y uno tenía que conseguir información impresa: Las revistas. Y así fue como comenzamos a comprar Club Nintendo. Un revistón, en todo sentido de la palabra, de lo mejor, ahorita puedo analizar y saber que tenia una edición muy, muy chingona, una redacción amena, divertida, un contenido interesantísimo, estaba hecha con amor. ¿Y quién estaba ahí, parado junto a Shigeru Miyamoto, con cachucha y sonriendo tan auténticamente feliz? Gustavo Rodriguez. Gus. Crack.

 

Pasó un poco el tiempo, pasé a la adolescencia y siempre me han gustado los programas de comedia, no me perdía el programa de “Al Derecho y al Derbez”, se me hacía muy original, muy creativo, para la época, desafía muchos estándares, hacía cosas que los demás no se atrevían, ni siquiera pensaban, como narrar los comerciales (que les quedaban mejor y su “doblaje” era hilarante) o burlarse superponiendo audio a Schwartz en los vestidores, “regalar” publicidad indirectamente con el “Super Portero”, cameo tras cameo tras cameo como cuando el “Gallo” García, portero del América y otros jugadores salieron cantando “Sabor a mí” con cambios en la letra para que fuera “Mi banderín”, no, no, no. Fuera de serie para aquella época. ¿Y a quién ocasionalmente veía haciendo pequeños personajes a un tipo alto, de pelo chino un poco largo, flaco y con una sonrisa muy auténtica, que se me hace conocido? Gustavo Rodriguez. Gus. Ídolo. 

 

Tomemos en cuenta que en ese entonces era un niño y no me importaban los créditos ni sabía mucho de lo que pasa detrás de cámaras, no, no tenía idea de que él estaba detrás de todo eso, fué una auténtica y muy agradable sorpresa.

 

Yo siempre veía “Caritele” y “Caritrece”, las caricaturas japonesas que TV Azteca se atrevió a traer en los noventas, y de repente, que anuncian un programa de videojuegos, y de Nintendo, “mamalón”, pensé, y me quedé corto, “Nintendomanía” salió al aire y era la cosa más fregona que había visto en la televisión nacional, rápidamente pasamos toda la familia a ser fans del programa, era creativo y divertido, con un excelente soundtrack, la edición, orientado a los niños y adolescentes, no, no, no, un verdadero sueño, que gran época para ser niño y que te gustaran los videojuegos, y ¿a quién vi conduciendo el programa? Gustavo Rodriguez. Gus. El puto amo.

 

Crecí. Estudié. Trabajé. Ya no tuve tiempo de jugar, mi última consola de Nintendo fué el 64 (luego compramos un Play Station 2, pero ya jugaba menos). Ya no me extrañaba nada que viniera de Gus, los siguientes programas de Derbez, Vecinos, otras cápsulas de videojuegos en otros programas, siempre de excelente calidad, siempre comprometido, siempre tan condenadamente alegre. Me casé, tuve una hija, comencé a seguir a Gus en el Twitter, le daba like a sus chistes, lo felicité un par de ocasiones. Hace poco vino a inaugurar un bar de videojuegos y como Homero Simpson cuando tuvo la oportunidad de conocer a Rambo en el centro dije “voy al rato, voy al rato” y perdí la oportunidad de conocerlo en persona. En vida, hermano, en vida. Les dejo este pequeño pedazo de sabiduría: “Ahora es el momento, tu eres la persona indicada, no vamos a vivir cien años, si de verdad quieres hacer algo, hazlo”. Me hubiera gustado poder decirle a Gus todo lo que significó para mí, para mi hermano, mi familia, todo lo que me inspiró, darle las gracias, por todas las emociones, por todos los consejos, por todas las noticias, por todas las risas. Sé que todo el mundo lo hacía, por todas partes, le llovían reconocimientos de este tipo, pocas personas se lo merecen tanto, pocas personas son tan excepcionales y apasionadas en todo lo que hacen. Pocos como Gus. Ya nunca podré decírselo. Ni por el twitter. Estoy triste. Todo lo que puedo hacer es intentar ser más como él. Y lo seré. Adiós, mi gurú, mi héroe personal, mi pinche ídolo.

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