La razón para dejar de lado insultos, burlas, sarcasmos e indirectas en las discusiones es simple: No aportan nada de provecho. Son una catarsis, solamente. “Nada mejor para descansar el alma que una buena mentada de madre”, ¿verdad? Nos desahoga, nos libera, necesitamos sacar esa frustración, ese coraje, esa desesperación, esa molestia, esa indignación.
Tiene su justificante, más su propósito es emocional. Para una discusión no solo carece de utilidad, es perjudicial, distrae de lo realmente importante, del argumento, de los hechos, además de que incita a la reacción visceral, nos devuelve a lo emocional, a lo primitivo, por un impulso natural de retribución, es decir, las ganas de devolver el insulto, el ataque, nos invaden, nos inundan con deseos de desquitarnos, de ajustar cuentas. Y si lo hacemos, y lo hacemos más seguido que no, ¿que creen que le pasa a la otra persona? Exactamente lo mismo. Y si ya atacó en primer lugar, ¿que lo va a detener para atacar una segunda vez? La incomodidad, la molestia, se va acumulando, la paciencia terminando y sucesivamente en un ciclo de ataques la razón se va desvaneciendo hasta quedar nulificada, ni el recuerdo de que una vez existió.
Queda también un resentimiento entre las personas, un prejuicio que nubla la realidad, puede que se tenga razón en los argumentos pero el desagrado natural hacia una persona que recurre constantemente a ataques personales, burlas, indirectas y tergiversaciones de las palabras y actos de otra hace que no veamos el punto, que nos concentremos en lo negativo, que estemos preparados y esperando el ataque, tanto que cualquier insinuación la tomemos como provocación.
“Si no comprendes lo que te estoy diciendo es que eres un estúpido / pendejo / baboso, por lo tanto puedo llamarte estúpido / pendejo / baboso. Es tu culpa por serlo.”. ¿Hemos pensado algo como esto? ¿Cómo estamos seguros de que nuestro interlocutor no comprende lo que queremos expresar? ¿Cómo sabemos que lo hemos explicado bien? ¿Nos hemos preocupado por conocer su posición? ¿Conocemos acaso sus bases o costumbres? ¿Estamos seguros que insultarle servirá de algo? ¿Creemos de verdad que lo hará reflexionar sobre su propia estupidez, la reconocerá y nos dará la razón y comprenderá ipso facto lo que queremos comunicarle? No, los insultos tienen el efecto contrario.
Se requiere de una madurez sobresaliente aceptar que uno está equivocada, a todos nos gusta tener razón y antes de cambiar una opinión de la que estamos seguros, queremos cerciorarnos de cada posibilidad. Y hacer un double-check. Es un comportamiento natural y lógico tener que darle dos o más revisadas a argumentos y a hechos antes de admitir que estamos equivocados. Y eso aún es un gran esfuerzo.
¿Creemos realmente que un insulto, una burla, pueden tener este efecto? ¿Que valen por N revisiones del tema? ¿Qué despejan todas las dudas? Lo dudo mucho. No, no lo hacemos por eso, lo hacemos por nosotros. Dejamos la razón de lado y volvemos a usar nuestro cerebro primitivo, para liberar tensión. Es un acto egoísta, con su razón y justificado si gustas, pero muestra nuestra incapacidad para mantenernos en la razón, para atender nuestra necesidad visceral, más no para llegar a un acuerdo o convencimiento en una conversación. No es para los demás. Es para nosotros. Hemos perdido nuestra calma, nuestra paciencia, nuestro “cool”.
¿Es nuestra obligación mantenerlo? ¿Debemos nosotros ser siempre los estoicos, ecuánimes? ¿Los demás no tienen responsabilidad? No, no tenemos porque ser mártires, tenemos todo el derecho de rendirnos con personas tercas y tozudas. Reconozcamos que no podemos explicarles en términos que ellos entiendan, que no somos capaces tampoco de comprender su posición, o si lo hemos logrado y los hechos y argumentos son contundentes a nuestra posición, reconozcamos su falta de voluntad o incapacidad de procesar un cambio en su opinión o sistema de creencias. Dejémoslos meditar, si tienen la voluntad. Si no la tienen, no importa cuanta razón tenga uno, ya han decidido emocionalmente, no quieren cambiar de opinión, y a la fuerza, nada, ni los zapatos entran.
¿No estaremos sobre estimando a los demás? ¿No será que lo hacen a propósito? Claro, hay personas que su intención es reventar a la otra, agitadores naturales o profesionales que quieren sacarte de tus casillas, llevarte al terreno que dominan, al visceral, al emocional, hacer que dejes de pensar con claridad, confundirte, hacerte sentir mal, que no vales la pena. Ese es su juego pues saben que con la razón no pueden competir, claro que existen personas con mala voluntad, que saben que mienten y engañan y harán lo que sea para alejarte de la razón, que les basta con hacerte quedar mal, que eso precisamente es lo que buscan, no buscan un acuerdo, no buscan llegar a la verdad, no buscan resultados tangibles o un plan o solucionar nada, todo lo contrario, solamente desean cosas negativas, sentimientos, sensaciones, exposición, quieren alejarse de toda razón, evadir todo argumento. Su juego es desacreditar. Y eso solo es posible al basar los fundamentos en personas en lugar de hechos, así es mucho más fácil crear duda, mucho más fácil enterrar la verdad en una serie interminable de dichos alternos y refutaciones a los mismos, para que nunca se llegue a ninguna solución tangible, para que se siga discutiendo hasta que te canses de tanto argumentar para demostrar que no eres aquello de lo que se te “acusa” en lugar de llegar al punto del tema que se está discutiendo.
Ese es precisamente el problema con los ad hominem, se juzga a la persona, no al argumento, no las acciones, no la ejecución, la implementación o los resultados. Se juzga a la persona. Y esto es un error por que, aunque una persona sea “buena”, sea la mejor persona del mundo, puede estar equivocada, y si se deja de juzgar la opinión, se deja de juzgar el argumento o sus acciones, y el juicio se basa solamente en la imagen, ni siquiera en los hechos, en la imagen de las personas, se pierde el foco totalmente, una buena persona nunca podrá estar equivocada, todo lo que diga está bien, y una “mala” persona no puede tener razón jamás, aunque los hechos así lo demuestren.
Luego, en lugar de ver los hechos, los resultados, la implementación, nos quedamos con la causa solamente, con la idea que formamos en nuestra mente de la persona, con un concepto prefabricado, con el argumento a la autoridad, “si lo dice el maestro debe ser verdad”, quedamos ciegos a la verdad, dejamos de lado la razón por un fervor inducido por una creencia irresponsable, entregamos nuestro pensamiento crítico que nos ayudará a mejorar, a encontrar soluciones, a resolver problemas y conflictos, por un sentimiento, una sensación de pertenencia, de reverencia, de sumisión, de sinrazón. Hemos decidido por la cómoda salida de dejar de cuestionarnos las cosas.
Es aquí donde tomamos banderas, es aquí donde sobreponemos la identidad, la pertenencia, la sensación a nuestra mente, a nuestro sano juicio, a nuestra integridad. Dejamos de tener individualidad, dejamos de tener voluntad, dejamos de ser humanos pensantes, evadimos el escepticismo al no preguntarnos nosotros mismos el porqué de las cosas, evadimos el conflicto al decidir no luchar por nuestra opinión, no plantar cara a la adversidad, evadirnos el cuestionamiento al dejar de pensar y aprobar cualquier cosa con solo conocer la fuente, evadimos la sana duda, nuestra innata curiosidad al aceptar de facto como verdad lo que venga de la fuente que veneramos, que pre aceptamos, que decidimos emocionalmente a priori, evadimos nuestra valía al dejar de lado el que nuestra opinión tiene valor, evadimos nuestra responsabilidad con nosotros mismos y con los demás de buscar siempre aquello más cercano a la realidad, más provechoso, mejor.
Nos convertimos en aquello que hacemos todos los días. Si todos los días lo que hacemos es solo seguir ciegamente causas sin verificar nuestros resultados, si todos los días lo que hacemos es ser prejuiciosos hacia las personas, estamos generalizando y matando toda posibilidad de mejora, toda evolución, todo cambio, nos volvemos parte del problema de la penalización del pensamiento independiente.