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Dialéctica

Diametralmente opuestas

Hugo. – El diseño inteligente debe ser enseñado en las escuelas, si solo se enseña
la teoría de la evolución, los niños se confunden, ¿Cómo les voy a explicar
que Dios no creo al hombre? ¿Cómo les digo que venimos del mono?
L. – Vamos por partes, primero que nada, la evolución es una teoría científica,
y la ciencia, por definición, limita su estudio al mundo natural, a lo que
podemos experimentar, ver, medir. Cualquier cosa trascendental, sobrenatural,
como las deidades, estan por definición fuera del alcance de la ciencia.
Hugo. – Entonces esta claro que la ciencia es limitada ¿Por qué debemos enseñar ciencia
y no religión en las escuelas? Bien podríamos eliminar del plan de estudios
información sobre evolucación.
L. – La educación es laica por dos motivos principales: El primero es para poder
avanzar, el dogmatismo equivale a estancamiento, pues si ya conoces todas las
respuestas, no hay necesidad de investigación. El segundo es para poder ser
universalmente comprobada, 2 + 2 son cuatro aqui y en China, no depende de las
creencias de la gente.
Hugo. – Pero yo tengo mis creencias y no me gusta que le digan a mi hijo que son mentiras,
que me digan lo que tengo que creer, a cuestionar mi fé.
L. – La ciencia no es para creer, no es ese su propósito, no se trata de eso. La
ciencia es una herramienta, es método, trata de comprobar, con los medios que
tengamos a nuestro alcance. Lo que quieras creer es asunto tuyo y solo tuyo, y no
tiene relevancia para la ciencia.
Hugo. – ¿Entonces por que contradicen mis creencias? ¿Por que insisten en que Dios no
existe y no creo al mundo?
L. – Por que, como ya mencionamos, dichas cosas no son verificables, quedan fuera del
alcance totalmente. Sin embargo, como mencione anteriormente, no tiene que ver con
tus creencias, tu puedes creer lo que quieras, y nadie puede hacerte cambiar de
opinión.
Hugo. – Claro que no cambio de opinión, pero ¿Cómo explico a mi hijo una cosa si luego
en la escuela le dicen otra? Se confunde, su fé se cuestiona.
L. – Explicandole la diferencia entre creencia y hecho.
Hugo. – Pero Dios creo al hombre, es un hecho.
L. – Es un hecho solo si lo crees. Un hecho, como mencioné, debe ser universalmente
comprobable. Para los hinduistas es una cosa, para los musulmanes otra. En cambio,
la teoría de la evolucación es la misma para todo el mundo.
Hugo. – Pero a mí no me importa lo que digan otras religiones.
L. – Y lo comprendo. Pero para los científicos es diferente, todos los científicos del
mundo, sean de donde sean, deben poder comprobar los hechos. Esa es la diferencia,
lo que hay que explicar.
Hugo. – No puedo explicar algo en lo que no estoy de acuerdo.
L. – ¿Sabe que existen otras religiones?
Hugo. – Si, lo sabe.
L. – Entonces no debe haber mucho problema. ¿Puedo hablar con él?
Hugo. – Claro.
L. – ¡Hola! Hijo, ¿crees en Dios?
Hijo de HUgo. – Si señor.
L. – ¿Crees que Dios creo el cielo y la tierra y al hombre?
Hijo de Hugo. – Si señor. Pero en la escuela nos dicen lo contrario.
L. – Has leído la biblia.
Hijo de Hugo. – Si señor.
L. – ¿El nuevo testamento?
Hijo de Hugo. – Si señor.
L. – ¿Recuerdas el evangelio, el pasaje en el que los fariseos quieren poner a prueba a
Jesús, preguntándole si deben pagar impuestos?
Hijo de Hugo. – Si señor.
L. – ¿Que les responde Jesús?
Hijo de Hugo. – “Darle a César lo que es de César”.
L. – Efectivamente. Dale pues a Darwin lo que es de Darwin. Así como los judíos recono-
cían a César como gobernante y pagaban sus impuestos, pero seguían adorando a su
propio Dios, así puedes seguir creyendo tu religión, aunque estudies la evolución.
Hijo de Hugo. – De acuerdo.
Hugo. – ¿Cómo puedes decir eso? ¿Si estudia por años va a hacer que dejen de creer?
L. – Hijo, ¿Quieres ser paleontólogo o antropólogo?
Hijo de Hugo. – No señor.
L. – Estudia solo para aprobar. Para que puedas entablar una conversación con personas
de otros países sobre el tema y listo. Luego, puedes olvidarte del asunto.
Hugo. – ¿Por qué le dices que sea un mediocre? ¿Que estudie solo para aprobar? ¿Que hay
de su futuro? ¡Tiene que ser un buen estudiante!
L. – Por eso le pregunté si quería ser paleontólogo. Si es así, entonces si debería
estudiar duro. Si no es así, simplemente que “pague sus impuestos”, es más que
suficiente. De todos modos no te interesa que estudie evolución ¿O sí?
Hugo. – No, pero debe estudiar duro. Además ¿Por qué debemos “pagar impuestos” y ca-
llarnos? ¿Por que no levantar la voz y exigir que se enseñe lo que queremos
que nuestros hijos sepan?
L. – El estudiará duro cuando encuentre lo que le gusta, lo que le apasiona. Y pueden,
enseñarles lo que gusten, claro está, para ello estan las escuelas dominicales,
catecismo y hasta colegios cristianos.
Hugo. – Si, pero debería implementarse en todas las escuelas públicas.
L. – No, claro que no. Cómo ya mencioné, la laicidad de la educación tiene sus pro-
pósitos. Además, querer imponer un creencia es facismo.
Hugo. – ¡Pero si eso es lo que estan haciendo! ¡Imponernos la creencia de la evolución!
L. – No, para nada. La evolución, la ciencia en general, no es una creencia, no importa
realmente si crees o nó, lo que importa es que sea un hecho comprobable, no es
cuestión de fé.
Hugo. – ¿Dices que no importa si no creo en la evolución? ¿Entonces por que la fuerzan?
L. – No, no importa si no crees. Como ya mencioné, forma parte del programa por que
es un hecho universalmente comprobable, relevante para toda la humanidad.
Hugo. – Pero no es relevante para mi.
L. – Evidentemente. Me refiero a la humanidad en general, no a grupos particulares, es
decir, cualquiera puede estudiarlo, sea cual fuere su origen, y obtener un bene-
ficio o realizar una mejora.
Hugo. – ¿Y no llamas a eso una imposición?
L. – No, no es una imposición. Como dije, puedes creer lo que quieras, y lo más que te
puede pasar es que repruebes. No te va a pasar nada si elijes no adentrarte. Basta
con saber lo indispensable.
Hugo. – ¡Pero yo no quiero saber nada de eso!
L. – Siempre puedes olvidarlo. Si los niños o quien lo estudie, si así lo decide, puede
olvidarlo después. No lo recomendamos para nada, pero es su decisión.
Hugo. – Aún así, nos estan obligando a estudiarlo.
L. – No, para nada. Puedes educarte en casa, y obtener tu diploma en un exámen general,
en el cuál aún si no respondes nada sobre la evolución, puedes aprobar.
Hugo. – Pero aún así lo ponen en todas las escuelas públicas.
L. – Sí, así es. Por las razones de importancia de investigación y universalidad que ya
mencionamos.
Hugo. – ¡Vaya! Entonces no nos obligan pero no nos brindan alternativas.
L. – Así es. Las alternativas las tendrías que obtener por tu cuenta, debido a que no
es ni correcto promover educación para satisfacer a un grupo específico, ni sería
eficiente crear un programa para cada tipo de estudiante.
Hugo. – Pues eso solo me parecen excusas y justificaciones para imponerme sus puntos de
vista.
L. – Lamento mucho que te lo parezcan, de verdad. Sin embargo, si de verdad te interesa
mantener tus creencias, las encontrarás.
Hugo. – ¡Pero se van a confundir!
L. – No necesariamente, como ya expliqué. No es recomendable, pero es su decisión.
Hugo. – ¿Y que si responde que si quiere ser paleontólogo?
L. – La historia es diferente entonces, tendría que estudiar muy duro la teoría de la
evolución, y comprenderla.
Hugo. – ¡Entonces dejaría de creer en Dios!
L. – Muy probablemente.
Hugo. – ¿Que hacer entonces? ¡Se alejaría de su familia! ¡Iría al infierno!
L. – Muy probablemente, si su familia es muy dogmática, se distanciaría. Pero evitaría
el infierno.
Hugo. – ¿Por que lo dices? ¿Cómo lo sabes si no crees en él?
L. – Evitaría el infierno de tener que esconderse, de no poderse dedicar a lo que le
gusta. Además, la creencia no es lo que gana el cielo, ¿No dijo Jesús, “por sus
frutos los reconocereís?” y también que “entraran rameras y recaudadores de impu-
estos antes que los hípócritas fariseos?
Hugo. – Si, lo dijo, pero pensé que no eras creyente.
L. – No lo soy. No necesito ser creyente para estudiar el evangelio.
Hugo. – ¿Cómo de que no? ¿Cómo puedes estudiar la biblia y no ser creyente?
L. – Pues por que no soy dogmático. No busco refugio en ella, ni confirmación de mis
creencias.
Hugo. – ¿Para qué la lees entonces?
L. – Por interés, por curiosidad, por sabiduría. Por lo que uno lee los libros.
Hugo. – Es un libro sagrado.
L. – Para los creyentes, sin duda lo es.
Hugo. – Si no eres creyente, no tienes derecho a darme lecciones.
L. – No, no lo tengo ni creo tenerlo, ni pienso aleccionarte, simplemente quiero mos-
trarte que no es necesario preocuparte tanto por un hijo que se interese en la
evolución. Que no iría al infierno, no necesariamente, puesto que haría lo que
le gusta, sería más feliz y un hombre de bien.
Hugo. – ¿Cómo puedes saber eso? ¿Cómo puede un hombre ser feliz sin Dios?
L. – Depende de tu concepto de Dios.
Hugo. – Bueno, ¿Y que es Dios para ti?
L. – Cierto es que para mi no existen las deidades, y ciertamente un hombre de barba
blanca en el cielo es inverosímil para mí. Pero procuro ir más allá del contexto,
comprender la causa subyacente de las deidades en la religión y comprender la
necesidad del dogma. Para mi, la creación de este refugio proviene del miedo,
por tanto, Dios es el amor.
Hugo. – ¿Del miedo? ¿Nos dices miedosos?
L. – Si. Lo que realmente temes es perder a tu hijo. Es que tu hijo deje de creer en
Dios, se aleje de ti y de tu familia, se vaya con otras personas, que no puedas
hacer más por él.
Hugo. – Ciertamente no quiero eso, pero no soy miedoso, soy valiente, por eso lucho para
que no lo separen de mi.
L. – No son otras personas quienes separarán a tu hijo de ti, sino tu mismo. Lo único
que un hijo quiere es el amor de sus padres, su aceptación y reconocimiento. Y
el valor no es la antitesis del miedo, es el amor.
Hugo. – Estas tergiversando lo que digo, ahora es mi culpa.
L. – Culpa, no. Responsabilidad. La culpa es un sentimiento negativo causa de sufri-
miento, tomar responsabilidad nos impulsa a entrar en acciones de provecho. Es
tu responsabilidad brindarle atención, apoyo y amor a tu hijo, en lugar de buscar
protegerlo del mundo.
Hugo. – ¡Pero si es responsabilidad de los padres proteger a sus hijos!
L. – Si, lo es. Cuando no pueden protegerse a si mismos. Querer extender esa responsa-
bilidad toda la vida es una actitud paternalista. Tus hijos han de crecer y apren-
der a protegerse a si mismos.
Hugo. – ¿Me dices que no haga nada y me cruce de brazos?
L. – Te digo que lo ames y confies en el.
Hugo. – Es fácil decir eso, si no tienes hijos.
L. – Es lo que uno ha de hacer con todos los niños. Si no nos es posible hacer esto, es
signo inequivoco de un apego emocional de tu parte.
Hugo. – ¡Claro que tengo apego! ¡Es mi hijo!
L. – Apego no es necesariamente amor y no necesariamente bueno para tu hijo.
Hugo. – ¿Entonces darle rienda suelta es lo correcto? ¿Que haga lo que quiera?
L. – No, claro que no. Simplemente aceptalo, ámalo, edúcalo, pero confía en el. Con el
tiempo tomará sus propias decisiones y, si lo has hecho bien, tomará las decision-
es que sean mejor para él.
Hugo. – Todo eso suena muy bonito, pero en la práctica es diferente. Hay muchas cosas en
el mundo que pueden dañarlo, influenciarlo, sacarlo del buen camino.
L. – Es verdad. Sin embargo, lo que hemos de construir es su criterio, cultivar, mas
bien dicho, no podemos construirlo por él. Si tiene un buen criterio, naturalmen-
te podrá discernir y evitar el mismo estos caminos, y hasta construir uno propio
que otros puedan seguir.
Hugo. – Pero, ¿Cómo podría lograr eso alejado de Dios?
L. – ¿Es Dios bueno?
Hugo. – ¡Por supuesto!
L. – Entonces volverá a él. De una forma o de otra.
Hugo. – ¿Estás seguro?
L. – Ten fé.
Hugo. – Fé en Dios.
L. – Fé en él. Fé en ti.
Hugo. – La fé es para Dios, nosotros somos meros hombres.
L. – La fé es confianza. Puedes confiar en ti, confiar en el. La confianza aleja los
miedos, la confianza es esperanza firme, es una de las mejores formas de mostrar
amor. Tenerte fé no es querer ser un ídolo, es tenerte amor.
Hugo. – Pensé que eras un cientifico, ahora resulta que eres predicador también.
L. – Soy un cientifico, no soy religioso pero si predico, con el ejemplo. Aun así,
no son mutuamente excluyentes.
Hugo. – ¿Pueden la ciencia y la religión convivir, unirse?
L. – No. Son diametralmente inversas, diferentes propósitos, diferentes planos, ni si-
quiera llegarían a conocerce una a la otra.
Hugo. – Entonces un científico siempre será un ateo y un religioso siempre será religi-
oso.
L. – Si así lo desean, si. La ciencia es una herramienta, la religión también. Los
seres humanos no somos herramientas, tenemos tanto mente como corazón, tanto
alma como espíritu, cuerpo y estamos todos juntos compartiendo nuestras circuns-
tancias.
Hugo. – ¿Entonces crees en el alma, en los espíritus? Eres un creyente.
L. – No se trata de creer, sino de comprender lo que son alma y espíritu. Realmente
no creo que sea como un fantasmita que se “sale” del cuerpo cuando uno muere, no.
Alma viene de ánima, de estar animado, de moverse. El alma es la mente, es la
voluntad.
Hugo. – ¿Mi alma es mi mente? Si mi alma pertenece a Dios.
L. – Pues si, el alma es la mente, es tu voluntad, que voluntariamente sometes a Dios.
Hugo. – ¿Entonces reconocer que Dios existe? ¿Que el espíritu santo existe?
L. – Reconozco que tu sometes tu voluntad a una representación divina. El espíritu,
santo o no, tampoco es un fantasma, paloma o deidad, sino lo que llamamos nuestro
corazón, nuestros sentimientos, digamos es nuestra consciencia, aquella que nos
dice lo que es bueno o malo, por que intrínsecamente lo sabe. Aquello que nos im-
pulsa a ser generosos y bondadosos.
Hugo. – ¿Entonces no existe Dios? ¿Ves como quieres influenciarme?
L. – No, para nada. Como dije, reconozco que te sometes voluntariamente a el. Yo no lo
hago, realmente. No es que hacer que dejes de creer, respeto tus decisiones. Lo
que hice fue responder tu pregunta, comunicarte como son diferentes cosas para mi.
Hugo. – ¿Entonces para los científicos el alma es la mente?
L. – No, para nada. A los profesionales poco les interesa el alma o cosas cuyo estudio
sea ambiguo o difuso, puesto que como ya expliqué, su trabajo es comprobar estric-
tamente. Sin embargo, también son personas, y, pueden, si así lo desean, optar
por ser más espirituales en su vida, si lo creen necesario, como lo hago yo, y no
necesariamente volverse creyentes.
Hugo. – ¿Entonces son religiosos sin creer? Eso no es posible.
L. – No, para nada, no son religiosos, solo que lo deseen. La espiritualidad no es re-
ligión, hay diferencia. La religión es liturgica, la espiritualidad es personal,
no tiene que ver con creencias, sino con aceptar tus sentimientos, tomar conscien-
cia, observar la mente.
Hugo. – Todo eso me suena muy “oriental”.
L. – Ciertamente en oriente estan muy adentrados en técnicas como la meditación.
Hugo. – ¿Entonces eres de otra religión, como la budista?
L. – No, aunque el budismo no es religión, no en el sentido de adoración a una deidad.
Hugo. – ¿No adoran a buda?
L. – No, aunque asi lo parece, Buda no es un dios, ni semi-dios. Fué un hombre.
Hugo. – Pues a mi me parece un dios pagano.
L. – Si, ciertamente tanta estatua y templo hacen que a los ojos religiosos como otro
culto, otra religión propiamente dicha.
Hugo. – Yo no considero a la espiritualidad como la menciones.
L. – Lo sé. Me queda claro que para ti espiritualidad no puede existir sin religión.
Esa es tu práctica y la respeto.
Hugo. – ¿Y quieres que yo respete la tuya?
L. – Eso sería genial. Pero es tu decisión. Así como tu estas decidido a no cambiar de
opinión, yo estoy decidido a mantener abierta mi mente y mi corazón, buscando lo
que me traiga la paz.
Hugo. – Dios puede traerte la paz.
L. – No lo dudo. Aunque como ya mencioné, mi concepto de dios es diferente. Y sé que
estas convencido que te trae la paz. Pero es por que tenemos impulsos diferente,
diferentes rasgos intrínsecos y diferente ambiente, diferentes propósito. No hay
una panacéa, realmente.
Hugo. – Pero Dios todo lo puede.
L. – Si, estoy seguro de que así lo crees. Pero, como puedes darte cuenta, no es así
para todos.
Hugo. – Pero debería serlo.
L. – No necesariamente. Aunque desde cierto punto de vista, así lo parece. Como men-
cione, todos somos diferentes, tenemos distintas tendencias naturales, no todos
estamos dispuestos a someternos, a algunos nos cuesta mucho trabajo, nos es anti-
natural.
Hugo. – ¿Como puede Dios ser anti-natural?
L. – No es el concepto de Dios lo que es anti-natural, sino el la acción de someter
nuestra mente a un solo concepto. Para un grupo específico de personas, esto les
sale naturalmente, pero no a todo el mundo.
Hugo. – ¿Por que, si todos somos hijos de Dios?
L. – Pues por que somos distintos y tenemos diversos gustos, diversas aptitudes, tene-
mos diferentes impulsos. A quienes nos mueve más el miedo y queremos mayor segu-
ridad, tenemos la tendencia a buscar refugios como la religión. Quienes buscan más
el placer, tienden a ser más mundanos, quienes buscamos aprender, nos clavamos en
libros y conocimiento, quienes buscan crear vínculos emocionales, siempre los ve-
ras acompañados, y los hay quienes buscan posesiones más que otra cosa.

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