Aquella noche llovía. Hacía frió y llovía. No un frío helado, pero si húmedo. La noche era alegre, sin embargo, se sentía en el pueblo un aire festivo. No era una noche oscura. Lo que aconteció en seguida, resulto bastante extraño. De la nada, una chiquilla salió corriendo, empapándose de pies a cabeza. Corría, corría y giraba sobre sus talones. Se le notaba eufórica, para muchos ese comportamiento hubiese sido extraño.
Sus pisadas y sus giros crearon sobre la tierra un extraño contorno. De lejos asemejaba una flor, aunque exageradamente ornamentada. No eran audibles las palabras de la chiquilla, pero si uno se acercaba lo suficiente, se podía apreciar que estaba hablando… murmurando.
Murmurando… corriendo… girando… danzando.
La gente observaba refugiada en sus casas la extraña escena. “Solo una muchachita loca bailando baja lo lluvia” – Pensaron algunos – “Condenada exhibicionista” – Murmuraban otros, para sus adentros.
La joven se detuvo de pronto. Había quedado justo en el centro de la extraña figura que había dibujado con sus movimientos, si aquello había sido una coreografía predeterminada le había quedado muy bien… sin embargo, había algo más extraño aún en la escena, mientras la muchacha se quedaba inmóvil, la “rosa” dibujada parecía hacerse más profunda, hasta formar pequeños riachuelos en la tierra, cada vez mas y mas profundos.
De pronto, un extraño resplandor verdoso-azulado, comenzó a aparecer sobre los riachuelos que formaban la inusual figura. Los que contemplaban la escena desde el segundo piso de sus casas podían apreciar de forma más clara la recién terminada obra de arte, brillar por sí misma.
La niña palideció, retorció su cuello violentamente y quedo mirando al cielo, con los ojos en blanco. El frió se intensifico. La lluvia arrecio, y una atmosfera aterradora se esparció por el lugar.
Dentro de los corazones de los hombres crecía inexplicablemente un sentimiento de horror. Las mujeres de pronto contenían la respiración, los niños lloraban y los perros ladraban. Era un momento funesto, sin lugar a dudas.
Durante instantes que parecieron horas, la joven quedó inmóvil. Y de pronto, se desplomó. La gente no sabía qué hacer, todo había sido tan extraño. Por fin, una anciana se dirigió a la joven.
– Respira.
Nadie más movió un solo dedo. Nadie conocía a la niña. Nadie la había visto llegar al pueblo, simplemente apareció. Muchos la dieron por muerta – y es que así lo parecía -, la mujer, aunque anciana, era fuerte, tomó a la niña entre sus brazos y se dirigió a su casa, la más alejada de la calle principal, una casa enorme y antigua, llena de plantas y donde las enredaderas habían crecido desmesuradamente, de hecho, parecía que siempre habían estado allí. Entraron por el portón y desaparecieron entre la oscuridad.
La niña abrió los ojos y se encontró recostada en un camastro, de un oscuro cuartecillo, iluminado por una tenue luz, emitida por un solitario candelabro. Frente a ella, una anciana, observándola seriamente. Su rostro reflejaba determinación, Resolución.
¿Por qué lo has llamado? – Pregunto la anciana.
Eso no es asunto suyo – Espetó la niña.
Respuesta equivocada.
¿Y cuál es la correcta, abuela?
Por imbécil.
¡Ja!. – La niña emitió una risita sarcástica.
Si tanto te preocupa, ¿Por qué no me detuviste, abuela?
Sabes por qué.
¿Qué te importa a ti mi vida?
No la necesito en mi consciencia.
¿Y qué hay de los demás? ¿No estarán pesarán ellos sobre tu consciencia?
No. Pesarán sobre la tuya.
Yo no tengo consciencia.
¿En serio? Entonces ¿Por qué lo has llamado?
¿No te interesa saber mejor como es que se llamarlo?
Es el porqué lo que determina el cómo.
Correcto. Te quedarás sin saber entonces.
¿Eso crees?
Estoy segura.
¿Tan segura como que funcionará? ¿Crees que conseguirás aquello que quieres?
Quizá no. Pero tengo una oportunidad.
¿La tienes? ¿Qué te hace pensar eso?
Ya te dije que no es asunto tuyo.
Lo es. ¡Desde este momento en adelante! – Y la anciana tomo el brazo de la niña con fuerza, tanta que paralizó a la niña, y con su siniestra la marco en su siniestro, y la mano de la anciana abrazaba el brazo de la niña, que gritó de dolor. Y su respiración se aceleró, y su brazo ardía, y su corazón se aceleraba, y su mente giraba…
Al fin, la anciana se retiró de la niña, y esta cayó al suelo, presa del dolor, y de llanto. Y se miró su brazo, internamente entre codo y muñeca, y una marca blanca apareció en ella, cinco líneas, dos horizontales y tres verticales, formando un cuadro, una puerta, parecían barrotes…
Listo. Te he sellado niña. – Dijo la anciana.
¿Qué diablos es esto abuela? ¿Cómo lo hiciste?
Es el porqué lo que determina el cómo.
Y la niña miro fijamente a la anciana, y sus ojos se encontraron. Sintió entonces un vértigo profundo, y una marejada de sentimientos azotaron su corazón, cansándola por dentro.
Duerme -. Dijo la anciana.
Y la joven, que estaba en cuclillas en el suelo, se desmayó al instante.
Y la joven despertó en una playa blanca, que parecía no tener fin, igual que el mar, y el sol le quemaba los ojos. Gritó y clamó, se enfureció y maldijo, pero todo en vano. Corrió y corrió, nadó y nadó, pero la playa solo la llevaba a otros mares, y los mares a otras playas.
Y se insoló y tuvo sed, y no había nada que beber, más que el agua salada y caliente del mar. Y se desmayó y soñó, que caía y caía, y nunca llegaba a fin alguno, Y despertaba de nuevo en la playa, y volvía a enfurecerse, y a maldecir, y a gritar y clamar, y a correr y a nadar, y a desmayarse, y a soñar.
Y perdió la noción del tiempo, y los horas le parecían días, y los días años, cayó en desesperación, y sus días solo eran replicas de otros días de arena blanca, vastos mares, incansable sol e interminables caídas en sus tormentos oníricos.
En el pueblo las cosas comenzaron a cambiar, poco a poco, sigilosamente, de forma casi imperceptible, ya que el cambio vino desde dentro de las personas. El horror de la noche anterior no pasó tan rápidamente como hubiesen querido, debido a que la flor que la jovén dibujo con su baile parecía no poder borrarse del todo. El agua, los animales y los caminantes debieron haberla borrado ya, pero parecía queder una sombre de ella, todavía podía observarse su contorno verdoso, como si estuviera bajo la tierra.
Las mujeres encinta temían por la vida de sus futuros hijos, pues era considerado de mala suerte prescenciar actos de brujería en ese estado, y era eso lo que las personas pensaban que había pasado, que la niña habia hecho una brujería, y debido a eso, se sentía una atmósfera tétrica en todo el pueblo.
Pero eso no era lo único que cambio, la situación se volvería peor en los siguientes días. Apenas un par de días después de lo ocurrido, el número de hostilidades se había incrementado en el pueblo, lo que tenía a todos como en estado de alerta.
El herrero del pueblo, un hombre corpulento y de poca paciencia, había estado más irritable que de costumbre, parecía tener algo en contra de todo el mundo. En sus ojos algo estaba cambiando, la profundidad de su mirada se había perdido. Era algo extraño, que el mismo notaba, algo ajeno de sí mismo, pero que lo hacía sentirse profundamente enojado, frustrado, dolido con el mundo entero.
Si bien era cierto que la suerte no le había sonreido, que su mujer lo había traicionado y que nunca había tenido un hijo, lo que más anhelaba en la vida, de pronto estas emociones comenzaron a intensificarse, causandole gran pena y una rabia, que a el mismo le parecía incontrolable. Siempre había podido tranquilizarse a base de trabajo rudo, de jornadas extenuantes, trabajando los metales hasta casi desmayarse, pero ahora ni siquiera esas marchas forzadas parecían tener el efecto catársico de siempre.
Al paso de los días, la situación empeoró, dormir tampoco podía. El odio, la frustación, la rabia, le estaban deshaciendo alma y cuerpo. Su menten comenzó a rendirse al agotamiento, de pronto le parecía escuchar otra voz interna, ajena a la suya, pero extrañamente familiar.
– Se burlan de ti. – Le decía la voz, cada que por el camino escuchaba a cualquier persona reír.
– Se burlan de ti. Les pareces una basura, indigno siquiera de lástima. Solo la burla mereces.
Y entonces volteaba y veía ferozmente a quien estuviera riendo, lo que espantaba a mujeres y niños, y provocaba a los hombres.
La presencia de la voz se hacía cada vez más frecuente, más cínica y más fuerte en su mente.
– No eres más que un pobre diablo, no sirves ni para alimentar a los puercos, todos los saben, todos lo dicen a tus espaldas.
El hombre intentó apagar la voz y conciliar el sueño con alcohol, pero a pesar de las cantidades desmesuradas del etílico líquido, la voz no se iba, y el sueño no llegaba. En toda mujer veía a la que lo abandonó, riendose de él. En todo hombre, un traidor, y todo niño le recordaba que el nunca había podido tener descendencia. Por más que quería olvidar aquello, por todos los medios posibles, la voz se lo recordaba, intensificada en sus largas noches de insomnio.
Amanecer, ocaso, amanecer, ocaso, perdío el sentido del tiempo, de la higiene, del habla, el era rabia y nada más, se había convertido en un animal, herido, rabioso, peligroso. Mientras más vivía, más sufría, más y más su martitio continuaba, el insomnio, la voz, la maldita voz hablandole, susurrándole al oído las más despiadadas burlas, los mayores insultos, enloqueciendo su mente, atormentando su espíritu. No pudo más, perdió el control, comenzó a golpearse la cabeza, para intentar acallar aquella voz, raíz de todos sus tormentos, destrozó su herrería, y el negocio de junto, y ni entre seis hombres lo podían controlar, estaba totalmente alienado.
Hombre tras hombre, caían presas de su rabia, como no lo podían controlar, comenzarón a prepararse para dispararle. El alguacil del pueblo lo tenía ya a tiro, pero no podía darle libremente debido a todos los hombre que tenían que sujetarle. De pronto, una mano bajo su arma. Era la anciana del pueblo.
– ¿Estas loca abuela? Tenemos que detenerlo, además, a un hombre en su estado, sería un acto de compasión librarlo de su sufrimiento.
– ¿Es por compasión que lo quieres matar?
El alguacil guardo silencio. Luego dijo tajante:
– Hay que hacerlo, no se meta.
– No hay que hacerlo, ni como hacerlo. – Respondío la extraña anciana, y en seguida se dirigió a donde los hombres sujetaban al desequilibrado herrero. Tomo fuertemente el brazo del enloquecido hombre, y con su siniestra marco su siniestro, y las cinco lineas empezaron a dibujarse en el antebrazo del hombre, que lanzó espantosos gritos de dolor, aullidos feroces, que hicieron que los fortachones que lo sujetaban lo soltaran, pero la anciana no lo soltó.
Y durante momentos que parecieron horas, el hombre, gritó y chilló presa del dolor, lloró y gimoteo, cansado, hasta que finalmente, se desplomó. Allí yacía inmobil, en medio de la calle. Todos pensaban que estaba muerto, sin embargo, la anciana se lo llevó arrastrando, a la vieja casona al final de la calle, cubierta por enredaderas, allí se alzaba entre las demas casas, vieja, estoica… y lúgubre.