Todos los días votamos, todos los días elegimos. Votamos con nuestro dinero, con nuestra atención. Cada que compras en un lugar votas por que ese lugar permanezca, cada que comprar un producto, votas por que la empresa que la produce y lo vende permanezca en el mercado. Uber o taxi, Coca o Pepsi, Televisa o TV Azteca, El Reforma o Milenio. Y también puedes votar nulo (sin que nadie se lo reparta vilmente) o independiente, con otra alternativa que más se acomode a tus preferencias, a tus valores.
Cada que prendes la tele, votas por que el programa que sintonizas permanezca en el aire, cada que ves comerciales votas por que los productos y servicios que se anuncian permanezcan, sobrevivan.
Todos los días decides. Todos los días votas. Esa es la verdadera democracia, no hay producto que permanezca sin vender, no hay televisora sin televidentes, no hay negocio sin clientes.
Esto, aunque evidente, muchas veces no lo tomamos suficientemente en cuenta y creemos que votamos cada tres o seis años, pero no es así. Votamos todo el tiempo, nosotros decidimos el futuro del país, el del mundo. Tomemos más responsabilidad, la calidad de la oferta baja por que hay demanda de productos de mala calidad. Lo mismo pasa en la televisión, radio, internet, en toda actividad humana, todo el tiempo.
Somos la suma de todas nuestras decisiones. Es hora de ponernos más exigente y no darle nuestro voto a cualquier hijo de vecina.